Por Juan Carlos Hernández

En la vida las personas buscan, porque además lo necesitan, el creer en alguien, algo, en un ideal, un propósito, una meta y por qué no también en un Dios. Es normal y quizá muy necesario, pero para que ello sea asequible, es menester que en suma las personas a quienes queremos tomar en consideración, posean las cualidades de al menos una aprobación mínima indispensable.

Pues la credibilidad, depende de varios factores en los individuos, como lo son la formación, ideología, cultura, creencias, carácter, criterio, capacidad de análisis, discernimiento de los hechos probables, comprobables o superficiales, inclinaciones particulares y universales, prototipos, estereotipos, argumentaciones filosóficas propias, teorías de toda índole, enseñanzas y experiencias, entre otros.

La credibilidad es por ello, un acto positivo del sentimiento humano por naturaleza, sin embargo, se forma o se crea con información. De ahí que el dilema del individuo está en creer o no y por ello debe discernir según su propia convicción y entra en juego una serie de preguntas a satisfacer ya sea por sí mismo o consultando a otros.

No es fácil creer en todo, porque debemos probar, analizar y dilucidar lo mejor posible según nuestro entendimiento, sobre el tema, pero además de contar con los elementos prácticos que nos acerquen a la verdad sobre ello. Creer es un acto no de sabiduría sino de comprobación, como también de fe, de investigación y de conclusiones que nos lleven resolver que hay elementos de verdad en ello.

Por desgracia, hoy en nuestro tiempo hay en el mundo y en nuestro entorno muy cercano personas que no creen del todo en verdades, ideologías o acaso doctrina alguna sobre lo que debería hacerles pensar, reflexionar, es muy probable que se deba a poca información o baja calidad de esta o a la mala influencia de otros temas, personas y demás.

Ahora, que, no podemos creer en lo que no asimilamos como cosa de interés nuestro, o aquello que no nos convenga, sobre todo para bien propio. No. Pues ahí mostramos desconfianza a priori, y a posteriori solo aceptamos parte de esa credibilidad porque nos demostramos interesados en saber o querer conocer más, quizá por curiosidad o también por supina ignorancia, es que rechazamos el creer en tal o cual afirmación que otros inclusive nos quieren comprobar con hechos e información factual, no hipotética.

Por lo que, creer no es cosa fácil, ni tampoco es moda, es más bien un acto voluntario que nos deja dudas, o ganas de encontrar esa satisfacción plena y que buscamos en ese propósito, atender inclusive nuestra propia inteligencia y uso de la razón. Pero es obvio que necesitamos plena conciencia y deseo para sí tener credibilidad en lo que se nos presenta como cierto.

La credibilidad, también se debe o se acepta, dependiendo de quien la concibe, porque se mezclan satisfactores personales con los generales, de ahí que la credibilidad para las multitudes tiene elementos prácticos y para el colectivo organizado tiene elementos ideológicos más bien planteados.

Por lo tanto, más vale creer en lo que nos deje valores, ética, y nos acerque al perfeccionamiento en torno a nuestra propia convicción, no desesperemos en buscar en quién y en qué creer, estamos hechos para ello, para encontrar la respuesta en el bien estar y en el bien hacer. Solo nos lo tenemos que proponer. ¡Hágale pues!