Por Juan Carlos Hernández

Partiendo de la premisa de que ningún ser humano es autosuficiente, ni en lo material como en las cosas intangibles, como los sentimientos, la motivación, el amor, el sentirse querido, acompañado o siquiera ser escuchado y valorado por el otro. Saber qué dar, nos acerca al conocimiento del qué pedir y por ende del recibir. Cada quien se forja en la vida invariablemente en estas tres solicitas verdades, sin duda.

Hoy día en el mundo hay tanta apatía que ni siquiera se piensa en el semejante, hay tanto egoísmo que no se hace ni por asomo la humilde caridad, claro si la hay y son casos excepcionales; estamos en la era de yo y el ahora, buscando el beneficio propio, en primer lugar; y en segundo término o tercero queda el amigo, el familiar y más aún el desconocido. No damos más allá de lo indispensable, y eso cuando queremos dar, siempre buscamos ventaja, reconocimiento o ganancia de nuestros actos en torno hacia los demás. Triste verdad. Pero es la realidad en que vivimos en el día a día.

¿Qué es lo que damos, antes de pedir? acaso nuestras migajas, nuestra pena o nuestra pobreza, nuestra queja ¿qué damos? No sabemos que dar, porque inclusive nos cuesta trabajo tener que dar; pero lo que sí sabemos es qué pedir, para eso si estamos como más enterados, más lúcidos, pues en nuestra condición, en esa en la que deseamos estar, es mejor pedir que dar. Y ante ello ¿qué es lo que pedimos? No hay una respuesta completa o quizá justificada. Pedimos siempre lo que necesitamos, sea material o inmaterial. No solo necesitamos pan, para comer, sino también paz, entre muchas cosas más.

Entonces pedimos comprensión, pero no la damos, pedimos compañía, pero somos selectivos, pedimos hasta prestado, pero no pagamos y así usted valore lo que pide y lo que da a la vez, ¿difícil verdad? Reza una máxima que “en el pedir estar el dar” pero más aún contrario a ello, tenemos que, en el dar está el pedir y luego recibir. No se necesita ni poquita ciencia para entender esto. No. Lo que se necesita es tener sentido común, sobre todo en la caridad.

Antes nuestros antepasados y aun hoy día, nuestros padres, fueron y son ejemplo del desprendimiento material, de la preocupación espiritual por sus seres queridos y también por los no queridos. Sucede que esas prácticas poco se ven ya en esta época por la que atravesamos. Hay un mundo antropocéntrico (el hombre como el centro de todo y supeditando a todos en torno a él) y ya no más teocéntrico, y ello quiérase o no estamos en una etapa de la vida en la que no damos, pero si pedimos y creemos ser merecedores de todo al menor esfuerzo, al menor intercambio.

Contrario a ello, debemos volver a la virtud de entregarse a la práctica de la caridad, pues ella encierra y complementa la bonanza de espíritu, ese que guía el pensamiento humano, ese que crea conciencia y que da esa quietud y paz, que tanto necesita la humanidad. Tenemos que volver a pensar y razonar nuestros actos. Ayudar de acuerdo a nuestra capacidad, nuestra ilustrada voluntad y es entonces donde podemos dar, para saber qué pedir, y en ello implícitamente esperar qué recibir, regresemos a la escala de valores en orden. Hagamos una mejor manera de vivir y procurar hacer una mejor sociedad. ¡Sea pues!