Por Juan Carlos Hernández A.
Ser leal, a un ideal, persona o institución, o a todas a la vez, no será cosa fácil si no hay de por medio valores bien adquiridos en casa, escuela, buenos libros y por supuesto buenos consejos de los viejos que hemos tenido la oportunidad de escuchar y a quienes les hemos aprendido esa palabra tan muy escuchada pero tan medianamente practicada: Lealtad.
Quienes no son amantes de la virtud, difícil serán practicantes de la lealtad, pues esta se encuentra en un sin número de veces en la vida en actos, comportamientos y actitudes propios del ser humano en el que se pone a prueba la práctica de esta simbólica palabra.
Sin embargo, nuestro país y sus instituciones reclaman lealtad a sus leyes, ordenamientos y normas generales debido a la convivencia que existe entre los individuos en el entorno legal de Estado, pues ser parte de la sociedad implica también, ser corresponsables de nuestros actos y ello implica invariablemente ser leales a lo que exige respeto y observancia.
El punto es ¿Quiénes y cuántos en verdad observan y cumplen la ley? Y de ellos cuantos son leales a sus principios, a su mandato. Es una interrogante un tanto cuanto difícil de saber su cabal respuesta. No hay lealtad, en todo. Para preguntar quién es leal a sus principios y luego quién, a las leyes, siquiera a sus amigos, familia, y un largo etcétera interminable, pues hay tantas variables por las que atraviesa la lealtad y por lo que el país necesita de sus buenos ciudadanos, en beneficio, propio y tomando la lealtad como una conducta de orden social.
Es muy normal que funcionarios públicos juren cumplir y hacer cumplir lo que la carta magna les señala, en el cumplimiento de sus atribuciones y obligaciones, ahí también va implícita la lealtad, es obvio que se nombre como tal, si es un valor que se impone por naturalidad, pues ¿Quién osa cumplir una ley sin ser leal a esta?
Ahora en día, hay de todo un poco: violación a la ley, sesgos, torceduras a la norma, agandalles, bueno el colmo es que hasta se indignan cuando les señalan la falta administrativa del ámbito municipal. Pues, así como para dónde pinta el panorama de este país. La educación es una vía de civilización, pero también de conocimiento de y en valores. No somos todólogos ni sabelotodo, pero sí estamos para aprender o más bien poner en la práctica lo que, suponemos hemos heredado de nuestros ancestros, como lo son tantas virtudes, buenos ejemplos, sabiduría y consejos, y por supuesto en ello va esta palabra lealtad.
México, quizá hoy más que en otras épocas, necesita de gente leal, que defienda lo que cree, que medite lo que hace y que sostenga a capa y espada lo que dice. El hombre y la mujer valen por lo que dicen y hacen eso es ley de vida y de todo principio universal. Pues entonces hay que poner la lealtad por delante en el actuar y en el sentir. Hagamos de nuestro país un bastión de lucha contra los antivalores, es necesario y además pertinente. No permitamos que se nos valla el país como agua entre los dedos. Seamos leales, eduquemos en ello a los que tenemos a nuestro alcance. Desterremos el vicio, probemos engrandecer la virtud, volvamos a la lealtad. Volvamos a pensar. ¡Sea pues!.